Pese al avanzado estado de su enfermedad, su mente se encontraba en armonía tras haber cumplido todas sus metas personales y profesionales. Sin embargo, había una última gran preocupación en su cabeza: terminar a tiempo el mural que realizaba para la Escuela de Enfermería de la UC, pues a diferencia de sus cercanos, presentía que no sería testigo de la conclusión de su trabajo
Entrevista realizada por Doble Espacio, Revista de Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile.
Francesco di Girolamo (69), hijo mayor de Claudio, se refiere a su padre fallecido en pasado, pero también en presente, el mismo tiempo verbal donde siguen unidos. Lo describe como un torbellino y un gran conversador, una persona que amó a su país, alguien que lograba “iluminar a todo aquel que estuviera cerca”. Es por ello que, tras la muerte de su progenitor el pasado 22 de mayo, la última obra en la que ambos estaban trabajando adquirió un doble valor: ésta sería la oportunidad de rendirle un último gran homenaje.
El acompañamiento expresado de una nueva forma
La idea de instalar una obra en la Escuela de Enfermería de la Pontificia Universidad Católica (UC) fue desarrollada durante varios años. Primero se pensó en hacer una escultura, luego una pintura y finalmente un mural. Tiempo después, surgió otro problema: escoger a un artista para realizar la tarea. “No queríamos que fuera solo un encargo más, sino que el artista tomara el concepto y lo viviera por sí mismo”, explica Claudia Alcayaga, profesora de la Escuela de Enfermería y jefa del proyecto.
La noción central buscaba reflejar la protección y el acompañamiento del ser humano en su vulnerabilidad; de ahí que el nombre preliminar de la obra sea: “Mural del acompañamiento”. Fue entonces que surgió el nombre: Claudio di Girolamo. Inmediatamente en enero se contactó a su primogénito, Francesco.
“Él se mostró muy interesado por el mensaje que queríamos transmitir, así que prometió comentarlo con su padre. Al cabo de uno o dos días me llamó y me dijo decidido ‘nosotros tomamos el proyecto’, así de rápido”, relata Alcayaga.
Incluso diría que se generó una conexión particular, agrega la docente: “Debido a su edad, Claudio requería de muchos cuidados, es por eso que supo entender los roles de médico, paciente y enfermero. Tuvimos una gran sincronía”.
La universidad estaba encantada de recibir al artista, ya que el campus San Joaquín de la UC, hogar de la Escuela de Enfermería, contaba además con dos de sus trabajos: el recién restaurado mural “La buena noticia de nuestro hermano y Señor Jesús”, de la Facultad de Teología; y la “Plaza de la Paz”, inaugurada en 2023.
Desde su visión, Francesco di Girolamo confiesa que les encantaron dos cosas del proyecto. Primero, el desafío de plasmar la historia de la enfermería y en segunda instancia, la oportunidad de contar el valor histórico de la profesión casi como un relato, algo que le fascinaba a Claudio. “Mi papá era un gran narrador, él contaba una historia a través de sus dibujos y pintura”, dice Francesco.
Se decidió que la obra constaría de tres paneles, repartidos cada uno en los tres pisos de la Escuela. Cada sección representa una idea general: la primera era el valor religioso, la segunda su profesionalización con Florence Nightingale, figura histórica de la enfermería en el siglo XX; y la última representaría los desafíos contemporáneos de la labor.
Desde el principio, padre e hijo fueron los responsables del proyecto. Ambos estaban acostumbrados a trabajar juntos desde hace décadas, manteniendo siempre la comunicación constante y el trabajo en conjunto. Su relación laboral nunca fue un problema, ya que mantenían un vínculo muy cercano.
El sueño americano traído a Chile
Francesco di Girolamo confiesa con adoración que visita el restaurante de Providencia, Lomit’s, desde que se fundó hace casi 50 años. De hecho, le gusta tanto el lugar que le es imposible no pasar por un pisco sour minutos antes de realizar la entrevista con este medio. Lleva el pelo largo, casi hasta los hombros. Su Instagram es un reflejo de su vida: su familia, su trabajo y su padre, al que a veces todavía se refiere en presente.
¿Qué tipo de persona era su padre?
—Uf, como un torbellino.
¿Por qué?
—Porque era apasionado, gran conversador. Mezclaba la ciencia con la religión, le gustaba mezclar todo. Siempre muy entusiasta por la educación y la cultura. Leía y escribía muchísimo, era muy estudioso. También le encantaba estar con la gente, no era para nada un tipo que le gustara estar encerrado.
Comenta que, de niño, siempre lo llevaba a lugares de trabajo como sus talleres o el Teatro Ictus, que ayudó a fundar en 1955 y donde trabajaba como director. Francesco afirma que esas experiencias lo marcaron profundamente, y sin que se diera cuenta su padre lo metió al mundo del arte.
Y aunque advierte que “como hijo y partner es difícil ser objetivo”, afirma decididamente que Claudio “inventó un lenguaje a través de su arte. Es una persona que trabaja hace 30 años de forma incansable en la cultura y el arte, en educar a los niños y en marcar la diferencia”.
Para él, su padre era “el sueño americano traído a Chile”, ya que a los 19 años inmigró con su familia en contra de su voluntad. Ellos venían de Italia tras los efectos de la Segunda Guerra Mundial, y Claudio ni siquiera sabía qué era la palabra “Chile”. Pero poco después terminaría enamorado del país y su gente. “Mi papá amaba al pueblo chileno, además de que aquí estaba su familia, sus hijos, su cultura”, relata Francesco.
Menciona que su padre tenía un efecto “iluminador” en las personas, contagiaba el entusiasmo por apreciar la vida, la belleza y las ganas de querer realizar cosas. “Él transmitía todo eso al mundo, y a mí también”, dice Francesco.
¿Y cómo era respecto a lo familiar?
—Súper querendón, con mi mamá tuvieron 65 años de matrimonio, hombre de familia, pero fiel a su esencia, nunca fue el gallo que está en el living mirando tele, él era un trabajólico, no perdía tiempo. Un día normal para él era levantarse, ir a su taller, luego al canal, volvía a la casa y trabajaba hasta las dos de la mañana. Es un tipo que siempre está haciendo algo, y así fue hasta el final. Los últimos bocetos del mural los hizo con fiebre y de pie quince días antes de morir.
Su personalidad se veía impregnada en cada una de sus obras, y la presente no fue la excepción. Pero todo daría un giro después de la mañana del jueves 22 de mayo, día en que Claudio Di Girólamo falleció a los 95 años.
Un nuevo significado
La muerte de su padre, ¿hizo difícil continuar el proyecto?
—No, para nada. Ya lo habíamos hablado antes, acordamos todos los arreglos correspondientes y yo siempre he hecho de director y gestor del proceso— afirma Francesco.
La profesora Alcayaga resalta que son otros los problemas que afectan a la obra, como, por ejemplo, la obtención de fondos económicos o el tiempo. Este año la escuela celebra su aniversario número 75, y por ende se fijó la inauguración para diciembre.
Pero entonces ¿existe la posibilidad de que el mural no se realice?
—No, estás loco, esto se va a hacer sí o sí. Va a ser un gran homenaje para mi papá, porque esta es la última obra que él hizo—, asegura Francesco.
La verdadera dificultad para el hijo de di Girolamo es otra, ya que ahora no solo debía estudiar la obra, sino además replicar el estilo y la esencia del artista original: “Mi padre ya no está para decirme lo que quiere, lo que me hace preguntarme varias veces cómo resolver ciertas escenas y partes concretas”.
¿Ha sido difícil?
—Sí, pero en el sentido de la nostalgia, la melancolía. Con mi papá conversábamos todas las semanas, tres veces a la semana, como toda la vida, siempre juntos. Trabajo con mi papá desde que tengo memoria, desde que estaba en el colegio. Hicimos un montón de proyectos juntos.
Sin embargo, Claudio di Girolamo creía firmemente que la muerte era solo un paso más; decía que “nosotros somos átomos vivientes, nadando en este universo”, o al menos así lo explica en “Fragmentario”, su última exposición, en el Centro de Extensión UC a mediados de 2024. Dicha paz se mantuvo aún en sus últimos días, salvo por una última gran preocupación: terminar su trabajo a tiempo.
Hasta las últimas semanas previas a su muerte, Claudio seguía enfocado en terminar el Mural del Acompañamiento, y una vez lo hizo, según su hijo, aceptó “que pasara lo que tenía que pasar”, sin ningún alegato ni frustración.
—Era un hombre de mucha fe, no creía en la muerte. Estaba fascinado con el cosmos, vivía hablando de eso y de cómo todo continúa. No tenía temor ni arrepentimiento, él quería fusionarse con el universo—, dice su hijo.
¿Ya había aceptado la muerte?
—No, al contrario. Él quería seguir viviendo, tenía una energía salvaje, era un volcán de vitalidad. Pero el cuerpo se la ganó, ya no podía caminar y le costaba dormir. Aun así, se mantenía en duelo con la muerte, por eso la palabra “aceptación” le queda pequeñísima.
Tanto la profesora Alcayaga como Francesco se visualizaban en la ceremonia de inauguración del mural junto a Claudio. Sin embargo, él presentía que esta sería su última gran obra, y con seguridad sabía que no sería testigo de verla terminada.
¿Usted contemplaba el fallecimiento de su padre durante esta obra?
—Uno siempre cree que los papás van a seguir para siempre. Mi papá quería llegar a los 100. Y cada vez que cumplía un año decía: “Uh, estoy más cerca”. Pero este año se notaba más cansado, con menos energía. Yo le decía: “No, viejo, tú sí vas a poder, vamos a inaugurar esta obra juntos”. Ese era al menos mi deseo.
Desde que falleció ¿Hay algún recuerdo o anécdota en la que piense?
—Sí, pero no son anécdotas. Yo me pregunto todo el día qué haría él respecto a la obra que estamos haciendo. Mi papá y yo conversábamos mucho. Echo mucho de menos conversar con él mientras nos bajamos una botella de vino juntos.
Si pudiera decirle algo a su padre en este momento ¿Qué sería?
—¿A mi padre? Que lo amo.